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El modelo actual de movilidad urbana, todavía dominado por la “cultura del coche” y condicionado por un modelo de ciudad de carácter expansivo, que genera cada vez mayores necesidades de movilidad y una movilidad más errática, presenta muchos y serios conflictos que reflejan elementos de impactos en el medio ambiene, entre los cuales se encuentran:

 

 

 

 

contaminación del aire

El transporte es una de las principales fuentes de emisión de contaminantes a la atmósfera. Además de deteriorar la calidad del aire de las ciudades, estás emisiones contribuyen a agravar problemas ambientales de ámbito global, como el calentamiento del planeta por la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), y regional, como la “lluvia ácida” y la formación de ozono troposférico.

 

 

El principal protagonista de la contaminación del aire en las ciudades es, pues, el coche. Los modos de transporte público que utilizan hidrocarburos como combustible también contribuyen a las emisiones, pero en muchísima menor medida. Como media, el transporte público emite un 95% menos de monóxido de carbono, un 90% menos de compuestos orgánicos volátiles y un 45% menos de dióxido de carbono y de óxido de nitrógeno por pasajero y kilómetro que los vehículos particulares.

Los niveles de ocupación de los coches disminuyen, al tiempo que aumenta el parque automovilístico, lo que provoca más emisiones a pesar del uso de motores y combustibles más limpios. La emisión de contaminantes producidos por el transporte, depende además de variables como la edad del vehículo, el tipo de combustible, la velocidad y acelaración.

contaminación acústica o sonora

El ruido es uno de los contaminantes más molestos y que repercute de forma más directa en la calidad de vida en las ciudades. Interfiere con actividades básicas, como dormir, descansar, estudiar y comunicarse, y puede ocasionar trastornos físicos (disminución de la audición, aumento de la presión arterial y de las enfermedades del corazón, etc.) y psicológicos (depresión, incapacidad, alteraciones del sueño, fatiga, insomnio crónico, etc.). También se ha comprobado que tiene efectos nocivos sobre el rendimiento escolar.

 

En las ciudades, el tráfico rodado es el principal responsable de la existencia de los elevados niveles de ruido que se sufren en las ciudades, y dentro del tráfico, el tránsito de vehículos privados (motos y coches) es la causa principal. El transporte público, especialmente los servicios de superficie, también generan ruido, pero en mucha menor medida que el paso constante de coches. 

 

El ruido del tráfico urbano proviene de tres fuentes principales: el vehículo (motor, escape y aire acondicionado), el rozamiento de los neumáticos contra el pavimento (ruido de rodadura) y el viento (ruido aerodinámico). En situaciones de tráfico urbano denso, cuando se emplean marchas cortas y se producen frecuentes aceleraciones y frenadas bruscas, predomina el ruido provocado por la propia mecánica del vehículo, especialmente en los diesel; mientras que en la circulación urbana “tranquila”, el ruido de rodadura es dominante. El ruido del viento no suele ser significativo, ya que solo tiene importancia con velocidades de marcha muy altas, que no son propias de medios urbanos.

 

Se calcula que el 60 por ciento de los habitantes del planeta están expuestos al ruido. En Colombia, la situación no es mejor. El 70 por ciento de la población que reside en áreas urbanas está expuesta a sufrir lesiones en el oído, según un artículo de la publicación Fundamentos de otorrinolaringología, elaborado por Juan Manuel García, otorrinolaringólogo; Jorge García, ex ministro de salud, jefe de otorrinolaringología de la Fundación Santa Fe, y Hernán Ulloa.

consumo de energia

Actualmente, el transporte es el sector de actividad que más energía consume, mucha más que la industria, el comercio o el sector residencial. Se dedica al transporte algo más del 40% del total de energía final. La energía empleada para transportar una persona una distancia determinada es la base que determina la mayor o menor eficiencia de cada sistema de transporte y el grado de repercusión de muchos de los impactos producidos. Cuanto mayor es la energía total requerida menor será su eficiencia y mayor su coste económico. Optimizar el consumo de energía es, por tanto, la forma de limitar y reducir los impactos               

 

 

congestión

La congestión de tráfico, es decir, el en torpecimiento de la circulación por la afluencia excesiva de vehículos o la falta de capacidad del viario, se ha convertido en un problema cotidiano de las sociedades modernas, que conllevan importantes costes sociales, económicos y ambientales y merma la calidad de vida de muchos ciudadanos. Cada día son más los ciudadanos que se ven atrapados en atascos de tráfico, especialmente en el momento de trasladarse a sus puestos de trabajo o de regresar a sus hogares. La red vial se ha visto desbordada por el gran crecimiento del parque automovilístico experimentado a lo largo de las últimas décadas, y por la propensión de sus propietarios a realizar la mayor parte de sus desplazamientos diarios en sus vehículos privados.

 

La dispersión urbana hacia ámbitos cada vez más extensos ha contribuido a agravar este problema. Las coronas metropolitanas son espacios urbanos en los que ir andando es casi imposible y la movilidad se relaciona con la red viaria y los modos de transporte motorizados, con viajes cada vez más largos y más frecuentes. Además, la demanda de movilidad es más dispersa y difícil de atender por el transporte público, lo que refuerza la dependencia del vehículo privado.
Las demoras en los tiempos de viaje provocadas por la congestión determinan un mayor consumo de carburantes, al permanecer los vehículos mucho más tiempo del necesario circulando y hacerlo a bajas velocidades, con el consiguiente incremento de las emisiones a la atmósfera, lo que desencadena una serie de efectos que repercuten negativamente en la calidad de vida de los ciudadanos (contaminación, ruido,efectos sobre la salud, accidentalidad, etc.)y tienen un impacto económico real a nivel individual y colectivo. Se pierde millones de dinero en términos de tiempo perdido, mayor gasto en combustible, deterioro ambiental y urbano y accidentes.


 

sociales y ambientales que genera su consumo, algo nada despreciable en el caso del transporte.

 

Si se considera, además del consumo derivado de la circulación de los vehículos, la energía necesaria para la fabricación y mantenimiento de vehículos e infraestructuras, la energía necesaria para cubrir las necesidades de movilidad del país supone cerca de la mitad de la demanda final de energía, con un orden de magnitud similar en el ámbito urbano. Por otro lado, prácticamente el 100% de los combustibles para el transporte tienen su origen en los derivados del petróleo, lo que supone una dependencia extrema de un recurso no renovable y escaso.

 

Los medios de transporte más costosos económicamente son a su vez los que consumen más energía por viajero en su ciclo global, es decir, no sólo en el consumo de energía de tracción –para desplazarnos–, sino también considerando la energía necesaria para la construcción del vehículo, de la infraestructura por donde circula y de su mantenimiento [1]. El consumo energético por viajero se obtiene dividiendo el consumo total de energía por el número de viajeros transportados y kilómetros recorridos. Cuanto mayor sea el número de viajeros desplazados menor será la cantidad de energía consumida por viajero, y mayor será su rentabilidad energética y económica. Suponiendo tasas de ocupación máximas, el automóvil es el medio de transporte que más energía total necesita.

 

El consumo de energía del transporte urbano está directamente relacionado con la densidad de las ciudades: cuanto menor es la densidad (“ciudades difusas”), mayor es el consumo de energía, tal y como muestran diversos estudios.
 

económico

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